el libro de jonas
El libro de Jonás es muy significativo para entender las
bases bíblicas de la misión, porque muestra el mandamiento de Dios a su pueblo
con referencia a las naciones no judías y por lo tanto sirve como un paso preparatorio
al mandato misionero del Nuevo Testamento. Asimismo, es importante para tener
una idea de la profunda resistencia que enfrenta este mandato por parte de los
mismos siervos que Jehová escoge para realizar su obra por todo el mundo.
Hoy en día se habla y escribe mucho sobre “educación de
la congregación” y “educación del personal” para misiones. Jonás es una lección
muy apropiada para la preparación de aquél que quiere ser un misionero. Revela
la necesidad de una conversión radical de las tendencias naturales de cada uno
y de una completa reestructuración de su vida para hacerla útil para la obra.
Antecedentes del libro
En los días del rey Jeroboam II (788–746 A.C.) vivía un
profeta llamado Jonás Ben Ammitai. El título del libro es pues, el nombre
personal de este profeta. Es obvio, sin embargo, que la intención de esta
“midrash” (enseñanza) no fue detallar simplemente los eventos de la vida de
este hombre. El autor usa este nombre personal para describir a un misionero
que no tiene corazón para los gentiles y, como los fariseos más tarde, no puede
tolerar a un Dios que les muestre misericordia. Según las palabras del holandés
Miskotte, “el escritor intenta representar a una persona que es exactamente lo
opuesto a un apóstol.” El libro de Jonás advierte a sus lectores contra esa
actitud intolerante y establece delante de ellos la pregunta que cuestiona si
están dispuestos o no, a ser transformados en siervos que trabajen para llevar
a cabo los mandatos de Dios.
Tal como el autor lo ve, Israel se toma tan preocupado
por sí mismo que no dirige más sus ojos hacia las naciones. Israel, el
recipiente de toda la revelación de Dios, rehúsa poner su pie en territorio
extraño para decir a los pueblos su mensaje de juicío y de liberación. Pero, el
libro también está dirigido a la congregación del Nuevo Testamento que trata de
evadir el mandato del Señor de predicar su palabra a todo el mundo.
Los astutos esfuerzos de una evasión por parte de Jonás,
simbolizan a una iglesia infiel y perezosa que no presta atención al
mandamiento de su Señor. Dios tiene que luchar contra el estrecho etnocentrismo
de Israel que trata de restringir su actividad solamente a sus límites
geográficos y contra el eclesiocentrismo de la iglesia, que rehúsa ir al mundo
a proclamar su mensaje y hacer su obra. El escritor está inclinado a convencer
a sus lectores de que el radio activo de liberación de Dios es lo
suficientemente amplio como para cubrir a ambos, a Israel y a los gentiles.
Es un milagro que el libro de Jonás, con su fuerte advertencia
contra el etnocentrismo, implantara su trayectoria en el canon de la Escritura.
Se establece tan firmemente contra el atentado del hombre de sabotear el plan
mundial de Dios, que sus lectores (Israel, la iglesia neotestamentaria y
nosotros), pueden escuchar lo que el Espíritu Santo, por medio de este corto
libro, está tratando de decirles.
Un breve examen de las ocho
escenas del libro
La primera escena empieza cuando Jonás recibe
el mandamiento de ir a Nínive. Mientras que en el Antiguo Testamento generalmente
se les dice a las naciones que vengan a Sión, el monte de Dios, a Jonás, así
como a los discípulos del Nuevo Testamento se les dice que ¡vayan! En la
Septuaginta, Jonás usa la palabra “poreúomai” en el capítulo 1:2–3 y nuevamente
en 3:2–3, Es el mismo verbo usado por Jesús en su Gran Comisión registrada en
Mateo 28. ¿A dónde debía ir Jonás? A Nínive. De todos los lugares, Nínive era
el centro de la brutalidad total y de las actitudes bélicas; además, era
notoria por sus vergonzosas acciones canallescas, torturas viciosas y por ser
una imperialista descarada para quienes se oponían a sus reglas. Dios quiere
que su siervo advierta a Nínive del inminente juicio y le dé la llave del
arrepentimiento. ¡El quiere salvar a Nínive!
Pero Jonás rehúsa ir. Se prepara, pero solamente para
huir del rostro de Dios, quien es Señor de todo.
En la segunda escena, Dios responde a la huida
de Jonás con una tempestad (1:4–16). El viento obedece al mandato de Jehová,
pero el desobediente Jonás duerme en el fondo de la nave, inconsciente ante el
hecho de que la tormenta es causada por su actitud. A veces, la iglesia también
duerme, precisamente en la tormenta del juicio de Dios que pasa sobre el mundo,
asegurándose a sí misma que el viento de afuera no tiene nada que ver con ella.
Mientras la tripulación busca en vano las causas del temporal, Jonás confiesa
que él adora y teme a Dios, que hizo el mar y la tierra, el único Dios que está
sobre todas las naciones. Más tarde declara: “Tomadme y echadme al mar, y el
mar se os aquietará; porque yo sé que por mi causa ha venido esta gran
tempestad sobre vosotros.”
En esta escena la tripulación representa a los gentiles,
hacia quienes Jonás permanece totalmente indiferente. Sin embargo, son ellos
los que están interesados ahora en salvarlo. Después de una segunda orden de
Jonás, lo arrojan al mar y la tormenta cesa. Casi incrédulos ante lo que están
viendo con sus propios ojos, los marineros prorrumpen en alabanzas al Dios de
Jonás. Ellos estaban más abiertos hacia el Señor que el mismo profeta.
La tercera escena (1:17) describe a un gran
pez, que por instrucciones de Jehová abre su boca, traga a Jonás y, a su debido
tiempo, lo vomita en la playa. Jonás no puede escapar tan simplemente del
mandato misionero de Dios. El Dios que batió los vientos tempestuosos y dirigió
a los marineros para lograr su propósito, ahora guía a un pez como parte de su
plan para salvar a Nínive.
Jehová continúa su obra de formar y preparar a su
misionero a fin de que sea un instrumento perfecto para sus planes.
En la cuarta escena (2:1–10), Jonás implora a
Dios que lo rescate del vientre del pez. El que no tuvo misericordia de los
gentiles y rehusó aceptar que la palabra de Dios se extendiera hacia ellos,
apela ahora a la misericordia divina y, citando frases de varios salmos,
suspira tras esas promesas clamadas por los adoradores en el templo de Dios.
Jehová reacciona. Le habla a la bestia y Jonás aterriza sano y salvo sobre la
playa. Sólo por su rescate Jonás fue sin querer un testigo de la salvadora
misericordia de Dios. Aunque cubierto con hierbas marinas, Jonás fue nada menos
que un testimonio de que Dios no se complace en la muerte de los pecadores y
saboteadores, sino más bien se regocija en su conversión.
En la quinta escena (3:1–4), Dios repite su orden
al hombre cuya vida afirma la verdad de lo que él confesó en el vientre del
pez: “La salvación es de Jehová.” La versión Septuaginta usa el término
“kérygma” en 3:1–2. Esa sola palabra resume la misión de Jonás: él debe
proclamar que Nínive, tan impía como pueda ser, es aún objeto del cuidado de
Dios y, a menos que se arrepienta, será destruida. Su mensaje debe ser de trato
como también de promesa, de juicio como también de evangelio.
En la sexta escena (3:5–10), Nínive responde ante
el llamado de Jonás al arrepentimiento. El orgulloso y déspota rey baja de su
trono real, cambia sus ropas por polvo y ceniza e impone a todos los hombres y
animales que sigan su ejemplo. Lo que Israel continuamente rehusara hacer, los
gentiles paganos lo hicieron; el cruel rey de Nínive es como el anti-tipo de
los desobedientes reyes de Judá.
El pueblo se une al rey en su arrepentimiento. Cesa toda
su obra maligna y los terribles cuarteles de coacción de injusticia política se
detienen. En profunda penitencia, dejan a los ídolos para servir a Dios, quien
es el Señor de cada nación y de toda la creación. Todo esto viene a ser posible
porque Jehová es Dios y el mundo de los paganos es un campo misionero
potencialmente productivo por esta sola razón.
La cortina se cierra en esta escena con las siguientes
palabras de asombro: “Y vio Dios lo que hicieron, que se convirtieron de su mal
camino, y se arrepintió del mal que había dicho que les haría y no lo hizo.”
Jehová es fiel a sus promesas. Todavía hoy su voluntad para Moscú y Pekín, para
Londres y Amsterdam, para Buenos Aires y México, no es menos que lo que fue
para Nínive, llena de gracia y misericordia. Lutero, que amaba predicar sobre
el libro de Jonás, decía: “la mano izquierda de la ira de Dios es reemplazada
por su mano derecha de bendición y libertad.”
La séptima escena (4:1–4) relata el hecho de que
los obstáculos más grandes a vencer para cumplir el mandato misionero no son
los marineros, ni el pez, ni la ciudadanía, ni el rey de Nínive, sino que es
Jonás mismo, la iglesia reacia y de mente estrecha. El capítulo 4 describe a
Jonás, que había deseado, desde que partió, encontrar albergue en la ciudad al
este de las fronteras. El período de los cuarenta días de arrepentimiento había
pasado, pero ya que Dios había cambiado de parecer acerca de su destrucción,
Nínive continúa alimentada por la gracia y misericordia, más allá de los
límites de Israel a los gentiles. El quería un Dios de acuerdo a su propio
modelo: un Señor frío, duro, de naturaleza cruel, con una voluntad inconmovible
contra los gentiles. No podía soportar el pensar que los gentiles formaran
parte de la historia de la salvación.
Este es el pecado de Jonás, el pecado de un misionero
cuyo corazón no está en su misión. El, que una vez imploró a Dios misericordia
para que lo librara del desolado aislamiento en el vientre de un pez, está
ahora enojado porque este Dios muestra misericordia a las naciones. El profeta
desahoga su furia en una oración que se encuentra en 4:2, el texto clave de
todo el libro: “Ahora, oh Jehová, ¿no es esto lo que yo decía estando aún en mi
tierra? Por eso me apresuré a huir a Tarsis; porque sabía yo que tú eres Dios
clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te
arrepientes del mal.” Parte del texto viene de una antigua liturgia israelita,
la cual todo judío sabe de memoria y puede recitar en el templo o en la
sinagoga aún estando medio dormido (Exodo 34:6; Nehemías 9:17; Salmos 86:15;
103:8; 145:8). Pero Jonás no podía detenerse a pensar que esta liturgia no sólo
era verdad para Jerusalén, la localización del templo de Dios, sino también
para otros lugares: Nínive, San Pablo, Nairobi, Nueva York, Lima y París.
¿Por qué está Jonás realmente tan enojado? Por una sola
razón: porque Dios está tratando a los que están fuera del pacto, de la misma
manera que a los que están dentro de él. Pero la ira de Jonás, en efecto, lo
está poniendo a él mismo fuera de ese pacto, porque obstinadamente rehúsa
conocer el propósito del mismo, que es traer salvación a los gentiles. Aún no
ha aprendido que Israel no puede presumir sobre algunos favores especiales de
Dios. Israel y los gentiles viven igualmente por la gracia que da el Creador a
todas sus criaturas. Así pues, viene Dios a su profeta, pero ya no como a un
miembro del pacto; viene como el Creador y pregunta a su criatura: “¿Haces tú
bien en enojarte tanto?”
En la octava y última escena (4:5–11) uno puede
ver a Dios obrar otra vez para enseñar sus lecciones a este misionero duro de
entendederas. El no aborda el tema de la tormenta, ni el de los marineros; ni
del pez o de la conversión de Nínive porque no quiere. Ahora Jehová intenta un
acercamiento más: un árbol milagroso. Una calabacera crece rápidamente, se
marchita y muere, víctima de un gusano devorador. Jonás está furioso.
En este punto, Dios vuelve de nuevo a su misionero
aprendiz, usando la calabacera como el objeto de su lección. El mismo Dios que
dirige el curso completo de la historia, gobierna los vientos y los sacude y
vuelve al arrepentimiento a miles de ninivitas, ahora pregunta amablemente:
“¿Tanto te enojas por la calabacera? Tuviste tú lástima de la calabacera, en la
cual no trabajaste, ni tú la hiciste crecer; que en espacio de una noche nació
y en espacio de otra noche pereció. ¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella
gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir
entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?.”
Dios salva y rescata. El Dios de Jerusalén es el Dios de
Nínive también. Dios es diferente a Jonás, El no tiene “complejo gentil”. Y
aunque El nunca fuerza a ninguno de nosotros, nos pide amablemente que pongamos
nuestro corazón y alma por completo en la obra de la misión. Dios aún está
interesado en transformar a “Jonases” obstinados, irritables, depresivos e
iracundos en heraldos de las Buenas Nuevas que dan libertad.
El libro termina con una inquietante pregunta que nunca será contestada. Dios alcanzó su meta con Nínive, pero ¿qué pasó con Jonás? Nadie lo sabe. La pregunta de Israel, de la iglesia y de su obediencia aún está esperando respuesta, La cuestión es de tal importancia, que cada generación de cristianos debe contestarla por sí misma. Jacques Ellul, termina su libro “El Juicio de Jonás” con estas palabras: “El libro de Jonás no tiene conclusión, excepto la de aquella persona que se da cuenta de la plenitud de la misericordia de Dios y la de aquélla que, de hecho y no sólo místicamente, lleva a cabo la salvación del mundo.”
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